viernes 17 julio 2020, 12:00

Romario: "Aquella generación hizo historia"

  • Romario había lanzado un penal en su vida antes del de Rose Bowl

  • Antes que a su figura, resaltó a Taffarel y a Bebeto

  • A 26 años del título, repasamos nuestra charla con le Chapulín

"No, no volveré a llamar a Romario", dijo Carlos Alberto Parreira. Y no lo hizo, a pesar de que Brasil se enfrentaba a Uruguay en un vital partido de clasificación para Estados Unidos 1994.

La crisis de las lesiones de Brasil se agudizó, la polémica por la retirada de Romario estalló como nunca antes, y Parreira cedió no sólo al delantero del Barcelona, que fue convocado en el último momento, sino que lo instaló en su once inicial.

Romario marcó dos goles para preservar el orgulloso récord de Brasil de estar siempre presente en la Copa Mundial de la FIFA™. Luego impulsó a Brasil a conquistar su primera corona mundial en 24 años y a sí mismo al Balón de Oro adidas.

A 24 años de la gesta, FIFA.com revive la charla que tuvo con Romario sobre su entendimiento telepático con Bebeto, su peculiar festejo en el Cotton Bowl, su alegría por anotar un cabezazo mientras se veía envuelto por gigantes y su repentino ofrecimiento de lanzar un penal en la final.

¿En qué instante de aquel campeonato se convenció de que Brasil se proclamaría campeón del mundo?

Yo siempre estuve convencido de que Brasil sería el campeón, porque, como he dicho antes, disfrutaba de la mejor forma física de toda mi vida y de un compañero de ataque perfecto, Bebeto. El mediocampo de Brasil estaba formado por jugadores que, sin ser muy técnicos, cumplían con su trabajo a la perfección y eran muy inteligentes. Además, contábamos con una defensa que no cedía goles así como así y, en mi opinión, con uno de los mejores guardametas de todos los tiempos, Taffarel.

También disponíamos de un grupo excelente de suplentes, jugadores que podían haber rendido tanto o más que los titulares. Por eso sabía que ganaríamos el título. La prueba de lo que digo la encontrarán en todas las entrevistas que ofrecí en Brasil antes del torneo, en las que siempre aseguré que aquélla sería la Copa Mundial de Brasil y que, si Dios lo quería, también sería mi Copa Mundial. Y todo se cumplió.

En el partido contra Holanda pudimos ver la inolvidable celebración que hizo Bebeto de su gol. ¿Cómo surgió?

Fue un momento excepcional para Bebeto. Si no me equivoco, su esposa estaba embarazada o acababa de dar a luz. Fue una celebración muy interesante. Le salió así, espontáneamente. Marcó el gol y empezó a hacerlo. Mazinho, que estaba cerca de él, hizo lo mismo, y yo, el siguiente en llegar, los imité. ¡Los tres a la vez haciendo el gesto que causó sensación en aquel Mundial!

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Usted marcó de cabeza el único gol de Brasil en las semifinales. ¿Qué recuerda de aquello?

Fue un gol inolvidable, ahora que lo menciona. Allí estaba yo, con mis 168 centímetros de estatura, saltando para rematar de cabeza por entre un puñado de suecos que eran famosos por su altura, de unos 183 o 184 centímetros. Eso no es muy frecuente en el fútbol, y mucho menos en las semifinales de un Mundial.

Usted y Bebeto se entendían a la perfección. ¿Cómo surgió esa compenetración?

Llevábamos jugando juntos desde los Juegos Olímpicos de Seúl, en 1988, y habíamos compartido la línea de ataque en varias competiciones. Por eso estábamos siempre tan compenetrados. Cuando Brasil trabajaba en las tácticas durante los entrenamientos, Bebeto y yo no teníamos que participar demasiado. Nos entrenábamos por separado, porque ya nos conocíamos muy bien. Bebeto siempre ha tenido una inteligencia excepcional y facilitaba muchísimo mis jugadas de ataque, por todo eso nos entendíamos tan bien.

Parreira ha dicho que, cuando estaba eligiendo a los hombres que lanzarían los penales en la final, usted se presentó voluntario. ¿Cómo sucedió todo?

Hasta aquel día, yo sólo había lanzado uno o quizás dos penales en toda mi vida. En aquella Seleção había cinco jugadores que siempre estaban practicando y que, en teoría, tenían que ser los encargados de los penales. Dicho esto, en aquel preciso momento creía que era mi obligación, porque ya había hecho muchas cosas para mí mismo y para mi selección nacional. Se trataba del instante en el que nosotros, los jugadores, teníamos más responsabilidad que en ningún otro punto de la competición. Me había llegado el momento en el que podía demostrar que ya era un jugador maduro, que estaba allí para enfrentarme a todos los retos. Por eso me ofrecí voluntario. Tuve la suerte de que a Parreira le pareció bien y marqué uno de los goles que contribuyeron a que Brasil ganara un título que tanto significaba para nosotros.

¿Qué pasa por la cabeza de un futbolista mientras se encamina desde el círculo central hacia el punto penal?

Creo que todo depende del momento ¿sabe? De qué competición se trate y de qué partido. En aquella ocasión, estaba más concentrado de lo que nunca he estado en toda mi vida. Di unos 50 pasos y, mientras caminaba, se me pasaron por la cabeza varias ideas como flashes: mi infancia, mis padres, mis amigos y la importancia que tenía ganar aquel título para el pueblo brasileño. Cuando agarré la pelota y la coloqué en el punto penal, todos esos pensamientos me daban vueltas en la cabeza. Era una responsabilidad enorme darle una patada a aquel balón, tan sólo un pedazo de cuero, y convertirte en la persona que hace feliz o desgraciada a toda una nación.

¿Qué sintió cuando Dunga alzó la Copa en el aire con usted precisamente a su lado?

Ese momento no tiene comparación. Es un momento mágico en la vida, que nunca nos abandonará. No sé si fue Dunga o Branco el que dijo: "Quédate aquí. Así, cuando agarre el Trofeo, también podrás agarrarlo tú". Es un momento que no se puede expresar con palabras. Es maravilloso, es emocionante. ¡La sensación es incomparable! Sólo quienes han tenido el Trofeo entre las manos, quienes lo ha levantado, quienes han vivido ese momento, pueden sentirla. Por la gracia de Dios, yo sentí ese placer.

¿Qué hizo el equipo con la Copa en el vestuario?

Todos hicimos algo. Yo le sacaría probablemente unas 3,000 fotos, y la besé y la abracé otras tantas veces. Era la gesta de una generación, nuestra generación, que lo había pasado tan mal, que había soportado tanto desprecio y tantas críticas. Era el resultado de todo lo que habíamos tenido que pasar para demostrarle al mundo que éramos una generación de triunfadores. Ya forma parte de mi vida.

¿Puede explicarnos qué vio en las calles de Brasil a su regreso?

Vi las calles de Brasil rebosantes de gente eufórica. Para una nación oprimida, aquella victoria fue como un plato de comida para un hambriento. Vi la felicidad dibujada en las caras de la gente, al menos durante aquellos breves momentos, y eso es algo que recordaré mientras viva.