domingo 30 agosto 2020, 09:00

Varallo: "Solo era un chico"

  • Varallo habla de la vida de un futbolista argentino en los años 30

  • ​El argentino murió a los 100 años, hace 10 años

  • Cartas y regalos de todo el mundo

Francisco Varallo se deleitó jugando en la primera Copa Mundial de la FIFA. Y vivió hasta los 100 años para contarlo a todo el mundo, algo que FIFA.com tuvo el privilegio de escuchar.

Varallo, que apenas tenía 20 años cuando jugó la final de Uruguay 1930, nos recibió en su casa poco antes de su fallecimiento en 2010 y nos dio una entrevista perspicaz e interesante. Hoy se cumplen 10 años de su muerte.

¿Qué recuerdos guarda de la primera Copa Mundial?

Francisco Varallo: Fue un sueño. Argentina tenía un equipo fantástico y yo solamente había jugado un partido con la Selección, dos meses antes del Mundial. Yo era un chico y miraba deslumbrado a jugadores como Luis Monti, Manuel Ferreira, Guillermo Stábile... En esa época los entrenadores apenas hablaban, los once que entraban a la cancha los decidían los jugadores de mayor experiencia. El día del debut ante Francia le pregunté al capitán Ferreira cómo tenía que jugar y él me respondió: “juegue como usted sabe, haga lo que quiera”. Y las cosas me salieron bien.

Argentina estuvo a 45 minutos de ser el primer campeón... ​ ​

En el partido con Chile me lesionaron una rodilla y no jugué la semifinal con Estados Unidos, porque me guardaron para la final. Yo estaba dolorido y no tendría que haber jugado la final, pero uno, en el afán de dar todo por la camiseta... En el segundo tiempo pateé con alma y vida y me resentí la rodilla. Quedamos con diez hombres, y al rato se lastimó otro y otro... No había cambios: quedamos con ocho. Pero nos ganaron bien, qué va a hacer... Ocho contra once era imposible; ahí fue cuando en el segundo tiempo nos ganaron los uruguayos. Nos ganaron bien.

En 80 años muchos aspectos del fútbol evolucionaron, ¿cómo eran, por ejemplo, el entrenamiento y la alimentación?

En los años 30 se entrenaba tres veces por semana o menos. Pero yo me entrenaba solo, por mi cuenta, porque era muy constante. Cuando estaba en La Plata me iba a correr a un parque, y en Buenos Aires me dejaban practicar en la cancha de Boca, solo. Hasta hace pocos años seguí entrenándome, siempre estuve en movimiento y lo hice con gusto.

En cuanto a la comida, no había nutricionistas ni nada parecido. Stábile nos recomendaba que no comiéramos sándwiches de salame; esa era la única premisa. Yo siempre comí muy bien, de todo. Llevé una dieta típicamente argentina: mucha carne. Y antes de jugar yo pedía doble ración. Roberto Cherro me preguntaba: “Panchito, ¿por qué vos comés más que el resto?”. “Si no, no hago goles”, le explicaba yo. La comida era energética y sana; nada de alcohol ni de tabaco. No había gaseosas ni se comía tanta pasta, como ahora. Fue una buena alimentación, porque hoy tengo la dentadura intacta. Habrá un componente genético, pero nunca estuve gordo y mantuve mi musculatura.

Durante mi carrera jamás tuve un chequeo médico. Los avances en ese aspecto son fantásticos. Después de la lesión que sufrí en el Mundial de Uruguay nunca volví a recuperarme del todo. Ahora se reponen de una operación enseguida, es extraordinario: ¡Salen caminando del quirófano!

¿Cómo era la vida de un futbolista?

​Me crié en una casa de clase media, en la que vivía con mis padres y mis tres hermanos. Nunca pasamos hambre, todos pudimos estudiar.

No existían las vacaciones. En esa época se iba al campo o a Buenos Aires, que era todo un paseo, con sus teatros, sus galerías. En los años 30 empecé a ir a Mar del Plata, cuando había que transitar un camino de tierra de 400 kilómetros. Y allí nadaba, me encantaba el mar.

Ser jugador de Boca me dio la posibilidad de comprarme un auto. Y me gustaba la velocidad: conduje autos hasta pasados mis 80 años y nunca gasté los frenos [ríe]. Llegaba a Mar del Plata en 4 horas. Claro, el parque automotor no era la locura de hoy.

Su lucidez es elogiable. ¿Es consciente de cuán importante es en la historia de la Copa Mundial de la FIFA?

Me parece increíble que los jóvenes me conozcan. En Francia se me acercaban alemanes, polacos, ingleses, suizos... todos querían saludarme, con mucha pasión y respeto. Hoy siguen mandándome cartas a mi casa. Y algunos hasta mandan regalos. Son gestos inolvidables que me llenan de felicidad. ¡Y todo gracias al fútbol!