jueves 07 mayo 2020, 20:00

Baresi, la defensa hecha arte

Con motivo de su cumpleaños, el 8 de mayo, les presentamos una mirada retrospectiva a la carrera de Franco Baresi, legendario defensor del AC Milan y de la Nazionale.

En el país del catenaccio, Franco Baresi era el rey; un jugador que revolucionó la posición de líbero una década después de Franz Beckenbauer. Ante todo, Baresi era el amo y señor de la zaga que infundía respeto y entraba fuerte al cruce, pero también era capaz de acariciar el esférico con delicadeza en sus profundas incursiones con el balón en los pies.

Este artista de la retaguardia se mantuvo fiel al AC Milan durante dos decenios, de 1977 a 1997, transitando con la misma profesionalidad por los periodos de gloria que por los menos fructíferos. A lo largo de 14 años, de 1980 a 1994, acumuló la friolera de 81 partidos internacionales con una eficacia inusual, escribiendo algunas de las páginas más bellas en la historia de la Nazionale con su don de la anticipación, sus entradas fogosas y sus órdenes a los compañeros a voz en grito.

Con su 1,76 metros de estatura, Baresi fue la pesadilla de los grandes delanteros de este deporte durante una veintena de años; un defensa fuera de serie que se mostraba tan incómodo ante un micrófono como impresionante sobre el césped.

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Una ciudad, dos destinos

Franco, nacido en la norteña localidad de Travagliato, en la provincia lombarda de Brescia, se quedó huérfano a los 16 años tras haber perdido a sus padres en un lapso de dos años. En 1976, él y su hermano Giuseppe (dos años mayor), decidieron probar suerte en el fútbol profesional y fueron a llamar a la puerta… del Inter de Milán. Sin embargo, ironías del destino, los dos hermanos iban a acabar separándose de la manera más increíble.

En efecto, Giuseppe, sólido medio centro defensivo, fue aceptado en el club y pasó a desarrollar casi toda su carrera en el Inter (559 partidos), de cuyo cuerpo técnico forma parte actualmente. Sin embargo, Franco fue rechazado por los responsables de la cantera nerazzurra, que lo encontraron demasiado enclenque. Como consecuencia de ello, el menor de los Baresi decidió ofrecer sus servicios al gran rival, el AC Milan, que no dejó pasar la ocasión.

Así, los dos hermanos se instalaron en Milán, donde Franco pudo combinar los estudios y el deporte durante cuatro años en Milanello, el centro de formación de la escuadra rossonera. A partir de ahí, aquel adolescente introvertido y taciturno iba a concentrar toda la rabia que llevaba dentro en el fútbol, trabajando como un condenado.

“Con 18 años, ya era un veterano por su sabiduría futbolística”, recordaba Nils Liedholm, el técnico que lo hizo debutar en la primera división italiana el 23 de abril de 1978, en Verona.

A la temporada siguiente, Liedholm se llevó aparte a Baresi al término del primer entrenamiento, y le dijo: “No tengas en cuenta para nada mis declaraciones a la prensa. A partir de ahora, mi líbero titular serás tú”. Fue el comienzo de la legendaria defensa compuesta por Paolo Maldini, Franco Baresi, Alessandro Costacurta y Mauro Tassotti, que quedará para siempre en los anales del fútbol italiano.

El Milan se paseó en la liga, y conquistó el título sustentándose en sus extraordinarios cimientos defensivos que partían de Baresi. El joven líbero, implacable en el marcaje individual, no cesó de dar ejemplo por todo el terreno de juego, recolocando continuamente a su defensa, no dudando a la hora de presionar e irse hacia arriba cuando el equipo estaba en dificultades, e interponiéndose siempre en la trayectoria del balón como por arte de magia.

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El respeto por la perfección

Lejos de ser un superdotado, Baresi era ante todo un increíble perfeccionista respetado por todos sus compañeros; incluidos (y sobre todo) los más célebres. “Hay que mostrar una actitud intachable para ganarte el aprecio y el respeto de los demás.

El entrenamiento, el trabajo y un comportamiento ejemplar ante los tifosi son valores fundamentales que no hay que desdeñar”, insistió recientemente nuestro protagonista.

Cuando el Milan fue descendido a la Serie B en los despachos por un turbio asunto de partidos amañados, un solo hombre se mantuvo al timón de la nave, fuera de toda sospecha, luciendo con orgullo su brazalete de capitán desde los 22 años. Franco Baresi era un tipo leal, y lo iba a seguir siendo toda su vida.

“Hoy los tiempos han cambiado, y se antoja difícil que un jugador pueda mantenerse 15 o 20 años en el mismo equipo. El mercado ha cambiado mucho. Hay muchas más oportunidades, y es difícil resistirse a ellas”, reconocía el fenomenal zaguero.

En 1986, la llegada de Silvio Berlusconi dio un nuevo impulso al Milan. Bajo la dirección técnica de Arrigo Sacchi, Franco Baresi se erigió en el líder de los “Inmortales” que, con los holandeses Ruud Gullit, Marco van Basten y Frank Rijkaard como figuras, iban a reinar en el Viejo Continente a finales de los 80. Y naturalmente, se mantuvo fiel a su puesto en la época de los “Invencibles” de Fabio Capello, en la que la escuadra rossonera ganó otras cuatro ligas italianas y una nueva Copa de Europa con la generación de Marcel Desailly, Zvonimir Boban y Dejan Savicevic.

Sin embargo, en 1997 acabó colgando las botas tras 20 temporadas de fieles servicios a la causa; una decisión recibida con alivio por los mejores delanteros del fútbol europeo. “Acababa de vivir una campaña un tanto complicada por culpa de los problemas físicos, y cada vez me costaba más recuperarme. Además, con 37 años, uno ya no es ningún jovencito; y después de tantos años es normal decir ‘basta’”, explicó. Dos años después, en 1999, fue elegido mejor jugador del siglo por los tifosi milanistas.

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Título, ausencia y lágrimas

Con la selección italiana, pese a ver durante varias temporadas cómo otro monumento, Gaetano Scirea, le impedía el acceso a la titularidad, Baresi ganó la Copa Mundial de la FIFA España 1982 aun sin llegar a jugar ni un minuto. Por fin, el 4 de diciembre de 1982 hizo su gran debut con la Nazionale en Florencia, contra Rumanía.

Sin embargo, su relación con Enzo Bearzot fue deteriorándose progresivamente, ante el deseo expresado por el seleccionador italiano de hacerlo jugar como mediocentro defensivo. Al final, fue su hermano Giuseppe el jugador convocado para ocupar esa demarcación en el Mundial de México 1986, donde la Squadra Azzurra tuvo una actuación más bien floja.

Con la llegada al banquillo de Azeglio Vicini, Franco se erigió por fin en uno de los pilares inamovibles de la selección (naturalmente, en el puesto de líbero). En las semifinales del Mundial de 1990, jugado en casa, transformó el primer lanzamiento de Italia en la tanda de penales contra Argentina, pero ese acierto no sirvió para impedir la eliminación de los anfitriones (1-1, 3-4 en los penales). Cuatro años más tarde, Baresi volvió a verse enfrentado a la lotería del punto fatídico; esta vez en la final contra Brasil.

Su presencia sobre el césped con el brazalete de capitán ya de por sí fue un pequeño milagro. No en vano, tras sufrir una lesión de rodilla el 23 de junio contra Noruega, en la primera fase, Baresi se sometió con urgencia a una operación de menisco y se marcó la final como objetivo.

Así, el 17 de julio reapareció, sin perderse la gran cita en Pasadena. Tras realizar un auténtico partidazo, el heroico líbero fue el primero en tomar carrerilla para ejecutar su lanzamiento. Sin embargo, esta vez su disparo se marchó muy por encima del larguero; al igual que lo hizo el último de Roberto Baggio justo después de que el tiro de Daniele Massaro lo hubiese atajado Taffarel.

Así pues, Brasil ganó el partido y el campeonato. Y, por primera vez, pudieron verse lágrimas deslizándose por el curtido rostro del viejo guerrero.