viernes 22 abril 2016, 17:00

La alegría contagiosa de Oniangué


Un mes y medio sin él, y nadie sonrió en el Stade de Reims. Sin embargo, en cuanto se produjo su regreso, la felicidad fue de nuevo palpable. El gol de Prince Oniangué contra el Nantes el pasado 9 de abril (2-1), tras recuperarse de su lesión, devolvió las esperanzas al equipo en la lucha por la permanencia, y sirvió de ejemplo de la influencia que tiene el congoleño sobre quienes lo rodean. Distribuye balones, pero también —y sobre todo— alegría.

“Uno se siente más feliz al dar algo que al recibirlo”, afirma con espontaneidad el centrocampista cuando FIFA.com le pide que defina su filosofía, que lo acompaña en todo momento, y también cuando causa baja. “Pienso que durante esas fases seguro que voy a aprender algo. Con los demás lesionados, voy a aportar luz allá donde algunos están tristes y abatidos. En todas las situaciones, en lugar de suponer un problema, intento ser una solución. Es lo que me hace venir todos los días con seguridad y una sonrisa”.

El mejor ejemplo de ese don que tiene se remonta a su adolescencia. Su hermano mayor, Trésor, sufría de drepanocitosis, una enfermedad genética acompañada de violentas crisis que pueden resultar fatales, y únicamente tenía una opción para seguir viviendo: un trasplante de médula. Prince era una de las pocas personas —la única de su familia— que cumplía los criterios médicos para ser donante. Entonces era canterano del Rennes, y esperó a la mayoría de edad para asumir su responsabilidad, aun a riesgo de tener que despedirse de su incipiente carrera.

Goles y canastas “Me dijeron que, normalmente, no habría secuelas, aunque la seguridad nunca es total. Pero ante todo pensé en mi hermano. Hicimos el trasplante, aunque faltaba médula, así que también tuvieron que puncionarme el esternón. Pero fue una experiencia positiva, porque ahora mi hermano se encuentra bien, y ya no está hospitalizado”, asegura, obviando, con pudor, que la operación le costó semanas de ausencia en su club, extracciones de sangre y análisis médicos periódicos, una recuperación muy pesada e innumerables trámites administrativos. Por suerte, el último de ellos fue la firma, unos meses más tarde, ¡de su primer contrato como profesional!

Su optimismo durante ese reto y los que siguieron —como su ausencia en el Campeonato Africano Juvenil 2007, que el Congo ganó sin su concurso, al querer su madre que terminase los estudios de bachillerato, o una fractura de mandíbula en 2011— procede a buen seguro de su educación y de la iglesia que frecuenta, y también, sin duda, de un pasado que le obligó a curtirse.

“Aprendí muy pronto algunos principios de la vida”, admite ahora, a los 27 años, evocando una infancia entre su Francia natal y el Congo de sus padres, en plena guerra civil. “En 1993, cuando yo tenía cinco años, mi padre, que era guardaespaldas del actual Presidente de la República, Denis Sassou Nguesso, sufrió un atentado y recibió seis balas”.

Milagrosamente, su progenitor, que había sido internacional congoleño de baloncesto, sobrevivió a las heridas y pudo asistir a la eclosión deportiva de dos de sus 24 hijos: Prince, en el fútbol, y Giovan, baloncestista profesional del París-Levallois, de la primera división francesa.

“Fue una conmoción, pero cuando vi que todo el Congo se volcaba con mi padre, pensé que este país estaba dentro de nosotros, y que algún día yo haría grandes cosas por él”, continúa Prince, que pasó de las palabras a los hechos debutando con la selección en 2008, y luego vistiendo el brazalete de capitán del equipo en la Copa Africana de Naciones 2015.

Giovan, por su parte, se estrenó como internacional congoleño en 2013, inspirándose en su padre a la hora de elegir deporte, y en su hermano mayor en cuanto a mentalidad. “El buen humor de Prince es contagioso”, confiesa a FIFA.com el ala-pívot, añadiendo que su hermano “tiene muy buen disparo” en su propia disciplina. “El hecho de sonreír siempre, aunque todo vaya mal, trasmite una cierta alegría, sirve para iluminar al equipo. La forma en que Prince se comporta, las sonrisas que regala cada día, eso transmite un estado de ánimo positivo. Estoy muy orgulloso de ver que aporta eso a sus compañeros, y yo intento hacer lo mismo”.

Humildad y gloria El optimismo familiar se extiende no solo a sus vestuarios, sino también a todo un país. “Hacía quince años que no nos clasificábamos, pero peleamos para ser la luz de la nación”, explica Prince, que condujo a los Diablos Rojos a cuartos de final de la última Copa Africana de Naciones. “Ahora todos tenemos un sueño, llegar al Mundial. Cuando llevamos dentro una visión, es lo que hace que nos levantemos por las mañanas, nos motiva para dar todavía más, nos programa para ganar”.

Y es posible que esta generación triunfe allá donde todas las anteriores fracasaron, en clasificar al Congo para la primera Copa Mundial de la FIFA™ de su historia. En la competición preliminar de Rusia 2018, los hombres de Pierre Lechantre ya han superado la segunda ronda, y, sobre todo, han reavivado las esperanzas de todos los congoleños, incluido su más célebre baloncestista. “El pueblo empieza a amar de verdad a su selección, porque hubo un momento en el que ya no apreciaba demasiado al equipo, ya no creía en él”, reconoce Giovan.

“Pero desde que esta generación ha tomado el testigo", continúa "Con Prince como líder, los congoleños miran más a la selección, se preocupan mucho por los jugadores, y los siguen en sus clubes respectivos. Prince tiene muchas dotes de liderazgo, y desde la última Copa Africana de Naciones su popularidad ha aumentado todavía más”.

Por eso, al carismático capitán congoleño le llueven los elogios, y él los acepta, aunque nunca los busque. “Hemos hecho cosas lindas, pero todavía no se ha logrado nada”, advierte. “Cuando ganemos un torneo o clasifiquemos al país para un Mundial, entonces podremos hablar un poco… Pero siempre estaré ahí para atemperar el entusiasmo, porque la humildad siempre va antes de la gloria. Es la clave del éxito”.