En la película argentina “El secreto de sus ojos”, distinguida con un premio Oscar en 2010, se hace una brillante descripción de lo profundo que es el amor a unos colores, a un club de fútbol: “Un tipo puede cambiar de todo. De cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar. No puede cambiar de pasión”.

Sin embargo, en Uruguay hay quien desafía esta sentencia. Justo Sánchez, hincha desde la cuna de Cerro, anima con pasión desde hace tres años al acérrimo rival de su club, el Rampla. “Mi sangre va a ser cerrense hasta que me muera. Pero mi corazón será de Rampla”, asegura.

¿El motivo? Su hijo Nicolás salió hincha rabioso del Rampla Juniors, a pesar de haberlo llevado desde chico a ver los partidos del Cerro. Pero en 2016, Nicolás falleció en un accidente de tráfico cuando regresaba a casa después de asistir a un partido de su amado club.

Cuando conoció la triste noticia, Justo quiso prenderle fuego a la bandera picapiedra que colgaba en el cuarto de su hijo. Pero, se dio cuenta de que el club no tenía culpa. Y encontró la manera de seguir conectado a Nicolás.

“Al faltar mi hijo pensé que al hacerme yo hincha del Rampla, lo iba a estar representando a él”, explica quien era conocido por su tremenda devoción por Cerro.

Las cenizas del muchacho se esparcieron en la grada del estadio Olímpico donde él animaba al equipo. Hoy son sus padres quienes ocupan su lugar, colgando el trapo rojo y verde en el que se lee ‘Nico, siempre presente’, y apretando la camiseta que cada día de partido vestía su hijo. Sus padres son ahora los que gritan esos goles. No se han perdido ni un juego del Rampa. Ni se lo perderán.

“El amor de un padre hacia un hijo tiene que ser lo más lindo que hay, lo más sincero”, dice Justo, y él es la prueba definitiva de que la pasión más incondicional que existe es el amor infinito de un padre hacia su hijo.

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