Del mismo modo que el Teatro alla Scala es uno de los teatros de ópera más importantes del mundo, el estadio Giuseppe Meazza —más conocido como San Siro— tiene una carga simbólica para el fútbol igualmente relevante.

El anuncio de que estamos asistiendo a los últimos años del emblemático recinto, en el que compiten tanto AC Milan como Inter de Milán, ha causado bastante tristeza. Está previsto que una de las urbes más importantes del fútbol mundial cuente con un nuevo estadio un siglo después de la inauguración del actual en 1926, cuando la metrópolis lombarda organice los Juegos Olímpicos de Invierno.

Aprovechamos pues la ocasión para recordar cuatro partidos que hicieron historia en este eterno escenario del fútbol.

Este partido, todavía considerado una de las mayores sorpresas en casi nueve decenios de historia mundialista, dio inicio a Italia 1990 de forma asombrosa, y provocó danzas en las calles de África occidental. Fue porque Camerún, con una selección compuesta casi exclusivamente por jugadores de las divisiones inferiores de Francia y futbolistas de su liga nacional, noqueó a Argentina, defensora del título y capitaneada por Diego Armando Maradona.

François Omam-Biyik saltó para batir de cabeza a Nery Pumpido, a quien se le escabulló de entre las manos un balón que parecía inofensivo, aunque los cameruneses terminaron el encuentro con nueve hombres, después de una entrada también de infausta memoria de Benjamin Massing sobre Claudio Caniggia. No obstante, los Leones Indomables hicieron honor a su apodo y resistieron, lo que reconocería el propio Maradona: “No puedo discutirlo, ni poner excusas. Camerún ganó porque fue mejor”.

Cuando Italia y Austria se enfrentaron en febrero de 1934, el partido llegó al descanso con un 3-0 a favor de los austriacos, y concluyó mediante una contundente victoria por 4-2 del equipo al que seguía conociéndose como Wunderteam, apodo que se había ganado dos años antes. El cuadro austriaco no contaba en su duelo de semifinales ante los Azzurri con una de sus piezas clave, Johann Horvarth, pero aun así partía como claro favorito, caracterizado por un juego elegante y habilidoso en la circulación del balón.

Sin embargo, los hombres de Vittorio Pozzo no se dejaron amedrentar y fueron llevados en volandas por 35.000 aficionados en San Siro. Su tenaz desempeño bajo la lluvia y un tosco gol obra de Enrique Guaita los situaron en la final del segundo Mundial de la historia. Una semana más tarde se proclamarían campeones del mundo.

Tan solo el Real Madrid supera al AC Milan en la lista de equipos más laureados de la Copa de Europa y la Liga de Campeones de la UEFA, pero La Grande Inter adelantó en 1965 por primera y única vez a su acérrimo adversario en cuanto a títulos continentales. Y sigue siendo uno de los dos únicos clubes que han logrado alzar el trofeo en casa —junto al conjunto merengue—, gracias a su triunfo sobre el Benfica.

El cuadro portugués llegaba a este duelo con su atrevido fútbol de los años 60 por bandera, aunque el Inter era el defensor del título. Eusébio, autor de nueve de los 17 goles de los suyos rumbo a la final, quedó anulado por el implacable marcaje de Gianfranco Bedin y jugadores como Giacinto Facchetti impusieron su ley en la retaguardia del Inter.

Como había ocurrido 31 años antes, todo se decidió por un solitario tanto, esta vez obra de Jair da Costa, quien culminó una ingeniosa acción, y 89.000 apasionados hinchas contemplaron extasiados como Sandro Mazzola y compañía volvían a alzar el trofeo.

Después de protagonizar un encuentro angustioso y saldado mediante un empate a cero una semana antes, AC Milan e Inter regresaron para disputar el duelo decisivo que permitiría a uno de ellos alcanzar la final de la Liga de Campeones de 2003, y posiblemente el de mayor trascendencia que haya enfrentado nunca a ambos clubes. Javier Zanetti, Fabio Cannavaro y Hernán Crespo vestían la camiseta azul; Paolo Maldini, Andrea Pirlo y Andriy Shevchenko, la roja.

Y fue el ucraniano quien marcó uno de los goles más señalados de la historia de este clásico. Habilitado por un pase entre líneas de Clarence Seedorf, el número 7 de los Rossoneri hizo gala de una gran sangre fría para materializar con precisión el decisivo tanto “a domicilio”. Obafemi Martins igualaría el marcador, pero el daño ya estaba hecho. El Milan doblegaría a continuación en la final a otro club italiano, el Juventus, y alzó su sexto título europeo.