martes 18 agosto 2020, 04:25

Los humildes comienzos de la selección estadounidense

  • Hoy hace 35 años que la selección femenina de EE. UU. jugó su primer partido

  • Michelle Akers, autora del primer gol estadounidense, echa la vista atrás

  • Recuerda el carácter amateur dentro y as dificultades fuera del campo

Hoy en día, la selección femenina de Estados Unidos es sinónimo de excelencia. Consolidado como el mejor del mundo, el combinado norteamericano es todo un fenómeno, y sus jugadoras son el vivo ejemplo de lo que pueden conseguir las mujeres en el fútbol.

Pero no siempre fue así. Puede que Estados Unidos estrenara su vitrina de trofeos de la Copa Mundial Femenina de la FIFA™ en 1991, cuando conquistó la edición inaugural del torneo —ahora es la selección más laureada en la historia de la competición—, pero la percepción que se tiene de que ya entonces estaba por delante de sus rivales y que era una potencia desarrollada del fútbol femenino es una idea equivocada que hace sonreír a Michelle Akers.

Akers fue la estrella del conjunto estadounidense que se proclamó campeón del mundo en 1991 y, ocho años después, formó parte de la adorada selección del 99 que volvió a levantar el título y se ganó el corazón de todo un país. La portentosa delantera, que fue nombrada Jugadora del Siglo por la FIFA, también estuvo en Italia hace hoy 35 años, cuando la selección femenina de Estados Unidos disputó su primer partido.

Tres días después, Akers fue precisamente la autora del primer gol de las norteamericanas. No obstante, en aquel entonces, la selección estadounidense era cualquier cosa menos un sinónimo de excelencia.

En la víspera de partir hacia aquel histórico Mundialito en Jesolo, Akers y sus compañeras de selección se quedaron hasta bien entrada la madrugada cosiendo las letras U-S-A en sus equipaciones. Aquellas camisetas, varias tallas más grandes —procedentes de los uniformes de entrenamiento del combinado masculino—, habían llegado a última hora, y marcaron las pautas de un torneo en el que Estados Unidos cosechó un empate y tres derrotas.

Aquellos inicios, tan modestos y adversos, difícilmente podrían distar más de la selección femenina estadounidense actual, envuelta en un aura ganadora y arropada por un nutrido cuerpo técnico y una afición numerosa y entregada. Pero fue un comienzo, al fin y al cabo, y Akers recuerda con cariño y unas cuantas carcajadas aquella aventura de 1985 a FIFA.com.

La primera gira

Después de entrenar apenas tres días, una selección estadounidense improvisada compuesta en su mayoría por futbolistas universitarias, todas ellas menores de 25 años, viajó a la localidad costera de Jesolo.

“La experiencia en sí fue fantástica. Yo nunca había salido de Estados Unidos, excepto para ir a Canadá, con que poder viajar a Italia para jugar al fútbol me parecía de lo más divertido. Ahora me avergüenza reconocerlo, pero en aquel momento no tenía ni idea de lo que era realmente una selección nacional. Por eso, cuando fuimos a Italia, no me di cuenta de verdad del increíble honor y la oportunidad que suponía representar a mi país y formar parte de la historia. Simplemente, ni se me ocurrió pensarlo, y creo que a la mayoría de jugadoras le pasó lo mismo”.

“Nuestro seleccionador en aquella gira fue el irlandés Mike Ryan. Y debió de notárnoslo, porque, un día, durante el entrenamiento, nos hizo ponernos en medio de la cancha para cantar el himno estadounidense a pleno pulmón. Ahí fue cuando lo entendí por primera vez. Es gracioso que tuviera que ser un irlandés quien nos enseñara el honor que significaba representar a Estados Unidos”.

El primer partido

Estados Unidos cayó 1-0 ante la selección anfitriona el 18 de agosto de 1985.

“El marcador tendría que haber sido más abultado. Italia nos pasó por encima. Nosotras éramos mejores atletas, pero se pudo ver desde el principio que ellas eran, de largo, mejores futbolistas. Conocían muchísimas facetas del fútbol que, para nosotras, eran completamente nuevas. Cosa que, si lo piensas, no es de extrañar: ellas tenían una rica historia futbolística y estaban acostumbradas a ver a los mejores futbolistas del mundo cada semana por televisión. En aquella época, nosotras no teníamos nada de eso”.

“Lo cierto es que no jugué contra Italia y, aunque he leído en algún informe del partido que me dieron por lesionada, creo que fue decisión de Mike dejarme en el banquillo. Los dos veníamos de la escena futbolística de Seattle y, en aquel momento, teníamos una relación complicada. Pero sí que jugué el segundo encuentro. También fue difícil, pero lo disfruté. Hubo ciertas prácticas poco ortodoxas para conseguir la victoria, porque las demás selecciones eran mucho más astutas que nosotras, pero a mí no me molestaba nada de eso. Y aprendimos una lección importante”.

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El primer gol

Akers hizo historia al ver portería en el empate a dos contra Dinamarca, correspondiente al segundo partido de Estados Unidos en el Mundialito.

“No se me pasó por la cabeza que había hecho algo especial al marcar ese gol. Fue más bien nuestra manera de recomponernos después de la paliza que nos habían dado en el primer choque y demostrar que estábamos allí para competir. Ahí se vio, sin duda, el orgullo de la selección en aquel torneo. Sinceramente, no pensé ni un segundo en que había hecho historia”.

Reducir la brecha

Estados Unidos encajó dos derrotas más, por 1-3 ante Inglaterra y 0-1 en el desempate contra las danesas, antes de volver a casa y afrontar un futuro incierto.

“Fuimos la mejor selección de aquel torneo en cuanto a condición física, pero el resto de selecciones estaban a años luz de nosotras en prácticamente todo lo demás. No obstante, nosotras teníamos también una tenacidad y una determinación que nos ayudó a sobrellevar la superioridad de las rivales, porque habíamos visto que aquellos equipos eran mucho mejores y más hábiles que nosotras, y así levantarnos y no achicarnos. Fue muy curioso, porque Anson Dorrance sucedió a Mike Ryan y, nada más llegar, nos dijo: ‘Vamos a ser la mejor selección del mundo’. No teníamos un plan, ni apoyo, y no había absolutamente nada en lo que basar las declaraciones de Anson. Pero creímos en él y, en efecto, al cabo de unos pocos años pasamos a ser precisamente eso: las mejores”.

“Si me hubieran dicho en Jesolo que seis años después íbamos a ganar la primera Copa Mundial, mi reacción habría sido: ‘¿Qué es una Copa Mundial?’ Es algo que no podía imaginar ni para nosotras ni para el fútbol femenino en aquel entonces. Pero en cuanto a que Estados Unidos iba a convertirse en la mejor selección del planeta, a pesar de habernos visto superadas allí, no lo habría dudado. Yo tengo una confianza casi excesiva, y es como si pudiera anticipar mi futuro. Aún guardo un artículo de periódico de cuando tenía 13 o 14 años en el que decía que iba a jugar a nivel profesional, que iría a los Juegos Olímpicos y me convertiría en una de las mejores futbolistas del mundo. En aquella época, no era más que un delirio, porque no existía el fútbol femenino profesional. Pero eso fue exactamente lo que dije, ya fuera porque estaba un poco loca o porque tuve una visión de algo que iba a pasar”.

De la generación del 85 a la del 19

Tras el falso amanecer de 1991 y el punto de inflexión de 1999, Akers ha visto con orgullo cómo la selección femenina estadounidense alcanzaba nuevas cotas.

“Recuerdo volver a casa después de ganar la Copa Mundial de 1991. Pensaba que se abrirían las compuertas y que la gente nos homenajearía y nos reconocería como equipo. Sin embargo, solo vinieron dos personas al aeropuerto para recibirnos y, cuantas más cosas oíamos, más nos dimos cuenta de que nadie se había enterado, ni siquiera les interesaba”.

“Nunca pensé que sería tan difícil llegar hasta donde estamos ahora. Pero, cuando me fijo en la selección actual, siento una gran admiración y mucho orgullo también. Suele decirse que estas jugadoras se han beneficiado de todo lo que hicieron sus predecesoras, pero ellas también han hecho crecer este deporte por sí mismas, a su manera, y ver este proceso ha sido increíble”.

“Sí que reconozco gran parte de mi mentalidad en esta selección estadounidense, y me encanta. En mi opinión, esa mentalidad es la que la distingue. En la élite, sea en el deporte que sea y a excepción de gente como Pelé y Messi, que son prácticamente sobrehumanos, la mayoría de futbolistas y deportistas tienen un nivel similar. Yo siempre he creído que la mentalidad es la que separa a los ganadores del resto. Aunque haya un montón de selecciones con talento, la mentalidad estadounidense tiene algo especial, sobre todo la de la selección femenina de fútbol, y eso es lo que nos ayuda a mantenernos en la cima mundial”.